Eran las 7 de la mañana de un martes un poco frio, y con la presión en el ambiente causada por el stress y el afán de los ciudadanos de la capital a esa hora por llegar a sus lugares de trabajo o de estudio. En la Carrera 13 Nº 63-27 f se encuentra ubicado uno de los templos más bellos de Bogotá, La iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, un templo religioso de culto católico y de estilo gótico en su construcción. Al interior se destacan los enormes vitrales que adornan el templo.
Para sorpresa mía ese día y a esa hora había en este lugar cerca de 50 personas que asistían a escuchar la misa, el vestido litúrgico del sacerdote era verde por lo que hacía referencia a una liturgia en tiempo ordinario pues no había ningún tipo de celebración especial. En el interior del templo a un lado una cartelera llamó mi atención en ella estaban las fotografías de 10 hombres secuestrados que ocupaban los cargos de sargentos e intendentes de la Fuerza Pública de Colombia.
Debajo de las fotografías se podía leer la edad de cada uno, el cargo y el tiempo de cautiverio. Sus edades oscilaban entre los 38 y 47 años y llevaban 10 y 11 años en secuestro. Sobre la foto de uno de ellos en letra grande y de tono oscuro decía la palabra: LIBRE. La cartelera estaba titulada con la frase: “La palabra del señor permanece para siempre”, tal vez una frase de esperanza y condolencia para estas personas y sus familias víctimas de la violencia en Colombia.
Mientras veía con atención esta cartelera, me di cuenta que tres auxiliares de la policía rondaban el interior del lugar observando con cautela a cada uno de los asistentes, para mí fue un hecho desconcertante su presencia que incluso resultaba un poco incomoda, pero supongo que estaban allí por la seguridad de los feligreses.
Llegó el momento de la comunión, otro sacerdote que se encontraba en el confesionario, se puso de pie y se acercó al sagrario, ubicado a los pies del altar de la Virgen María tomo el cáliz, el pan eucarístico y la patena y se dirigió hacia el altar donde estaba el sacerdote que preparaba el rito de la comunión. Tras dar la comunión a los fieles que se acercaron, el sacerdote devolvió los utensilios utilizados durante la misa, siendo llevados hasta el sagrario de la misma manera en que fueron recibidos.
El altar a la Virgen María se encontraba a espaldas del altar mayor. La estatua de la virgen era de un gran tamaño y una aureola adornaba su cabeza con la frase:”Yo soy la inmaculada concepción”. La imagen de la Virgen de Lourdes la muestra joven, vestida de blanco con un cinto de color azul que le cae por el frente, con las manos juntas en expresión orante, con un rosario colgando del brazo y una rosa dorada en cada pie.
El altar está adornado con cientos de estrellas de seis puntas (la estrella de David para los judíos). También a su alrededor se destacan diferentes flores la mayoría de color rojo en muestra de amor hacia Nuestra Señora de Lourdes y blancas como signo de su pureza. La rodean varias placas en agradecimiento a los favores concebidos, en la subida al altar se encuentran dos estructuras en donde las velas son eléctricas y se encienden al insertar una moneda, debajo de una de ellas una placa se encuentra alejada de las demás.
“Testimonio de gratitud a la inmaculada concepción de la santísima virgen en su advocación de Lourdes que se venera en este templo por el milagro que me hizo cuidándome de grave enfermedad que puso en peligro mi vida. Bogotá Octubre de 1982 – 1985. Santiago Grajales”. Quizá haya sido la primera placa en agradecimiento alojada en la iglesia. Al lado de esta placa se encontraban dos escaleras que dirigían hacia el Santo Sepulcro ubicado debajo del altar a la Virgen de Nuestra Señora de Lourdes.
En el piso una placa dice María 1988, año en el que se creó éste altar para su adoración. La misa llegó a su fin el sacerdote dio la bendición que hace parte del rito de despedida y los feligreses procedieron a salir del templo, algunos que aún estaban allí se quedaron en la oración al Santo Rosario de la Virgen María, dirigida por una de las feligreses.
El templo está rodeado por estatuas religiosas y sus respectivos altares donde diferentes personas se acercaban encendían una vela y pedían por sus milagros. Cada uno de los pequeños altares estaba adornado por flores generalmente blancas y amarillas. Una mujer se encontraba en confesión, otra se dirigió hacia el sacerdote y pidió por la santificación del agua. En la puerta pero aún en el interior de la iglesia un hombre vendía artículos religiosos, como las velas o las estampitas.
En la salida una placa en el suelo similar a la que se encontraba en el altar de la virgen decía María fundación 1875, año de inauguración de la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes en Bogotá. La advocación católica de Nuestra Señora de Lourdes toma ese nombre por el testimonio de santa Bernadette Soubirous, que afirma la aparición en repetidas ocasiones de la Virgen María en las grutas de Lourdes en Francia.
En la parte de afuera del templo por el lado se encuentra una réplica de dicha gruta donde tuvo aparición la Virgen María, en ella está la estatua adornada por plantas que cubren dicha gruta. En la parte de atrás se encuentra la estatua del fundador del templo, el Arzobispo Vicente Arbeláez y placas en honor a su trabajo su vida y el día de su muerte.
La experiencia en este templo fue un poco extraña, ya que se puede ver como el capitalismo y el consumismo ha ido llenando incluso los espacios de la religión, espacios que en la antigüedad eran concebidos como lugares de máximo respeto. Los templos no necesitaban de policías que cuidaran las estatuas para que no fueran robadas, ni de comercio que vendiera aún más la imagen de Dios como si la fe se midiera por la plata que se entrega a los templos. ¿Acaso no es suficiente con las ofrendas diarias?
Desde mi percepción no católica considero como falta de respeto las diferentes muestras de soberbia e inseguridad que pude percatar. Sin embargo, resultó de gran asombro la cantidad de personas que asistieron a este ritual siendo un día de trabajo y una hora en la que los capitalinos se encuentran afanados por llegar a cumplir con lo que para la mayoría es un día más de su monótona rutina. Poder observar que aún hay personas que tienen tiempo para mantener sus costumbres y su fe en Dios permite ver un lado diferente de la estresada ciudad en la que vivimos.